Comentario
De la misma manera que hemos visto cómo los cambios que se producen en la arquitectura durante la Regencia y el reinado de Luis XV venían anunciándose desde fines del siglo XVII, en el campo de la pintura ocurre otro tanto. Los famosos debates que se entablan en las Academias desde su fundación en el seiscientos sobre la primacía de los antiguos o de los modernos se concreta en lo que se refiere a la pintura en la querelle sobre la mayor importancia del dibujo o del color. Los partidarios del primero, los poussinistas, no podían ocultar su enseñanza clásica, aprendida en las obras de Rafael o de Carracci y sus discípulos, normalmente en la Academia de Francia en Roma y suscribían las mismas ideas que Poussin. Los defensores del color se alineaban en las filas de los rubensianos, pero como es lógico no sólo admiraban a Rubens sino también todo el protagonismo del color que supone la pintura veneciana. Aunque exactamente no coincida siempre, el grupo primero estaba más cercano a la pintura oficial, el segundo se acercaba a una pintura más privada y burguesa en la que también contaba la influencia de los pequeños maestros flamencos y holandeses.Como era de esperar fueron vencedores los partidarios del color. Los franceses estaban cansados de la rigidez de las reglas, de la existencia de una norma para todo, de la simetría como principio fundamental que afectaba a las artes y a las letras pero también a sus propias costumbres. La explosión no se hizo esperar: la triste severidad de los últimos años de Luis XIV propició la alocada alegría de la Regencia.Decae la gran pintura decorativa, se prefiere en la decoración interior las maderas de las boiseries y entre la nueva clientela se generaliza el gusto por el coleccionismo de cuadros más pequeños que se adaptan mejor a los íntimos espacios de los hôtels modernos.Los aparatosos y un tanto pesados temas históricos o mitológicos pierden el favor de los franceses. Los amores de los dioses se interpretan como escenas galantes, los retratos se acercan al contemplador y las escenas de género adquieren el carácter cotidiano de las de los pintores flamencos. Todo se hace más ligero y más claro, se huye de la oscuridad como en los interiores de las casas y también de la vejez, la tragedia o la violencia.Esta nueva sensibilidad queda ya definida en la obra de Watteau, florece en el mundo rococó de Boucher y concluye con Fragonard. Tres pintores fundamentales de todo el arte francés, pero que no pueden hacernos olvidar otros artistas del XVIII como Chardin, extraño al gusto rococó, pero especialista insuperable de la naturaleza muerta y de la escena de género.